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Microrrelato
Nazly Mulford R
El día que José H. salió de su estudio, llovía a cántaros y en el interior de su apartamento también parecía llover. Afortunadamente, todas las goteras caían lejos de su imperio: aquel estudio, donde se encerraba a escribir ensayos interminables que nadie quería leer.
Él, que vivía en franca lid con el tiempo, no sabía cuántos meses habían pasado desde la última vez que vio a Lía. La sala, el cuarto y la cocina estaban en un completo desorden. Buscó algunas tazas y las ubicó en el lugar exacto donde las gotas hacían su fiesta. —Otro problemita para resolver— pensó. El polvo se veía asentado en las superficies de los objetos bien ubicados en ese lugar. Fue Lía quién eligió el puesto de su caballo de madera y también del cuadro, réplica llena de sombras. ¿Cuándo fue la última vez que cenaron juntos o que hicieron el amor? ¿Se fue Lía de su vida para siempre o seguían en el eterno vaivén? En la teoría, el concepto de “amor eterno” fue alguna vez, conversado y acariciado por ambos. Pensaba en ella y por primera vez, inició un plan de búsqueda como un perro, olfateando cada rincón de todos los espacios. Se cercioró de que ya no tenía su ropa colgada en el closet, ni sus bonitas bragas en la gaveta de la cómoda. Tampoco estaban sus lociones y cremas, ni su ollita blanca de peltre para hervir el agua. ¿En qué momento se llevó sus cosas?
Lo único que Lía había dejado era el cepillo de dientes colgado en el portacepillos del baño; y él, cuando se lavaba sus dientes y veía el de ella, sentía que aún merodeaba en su existencia, pero en realidad, ya se había ido.
Muy bueno. Más de estos microrrelatos, por favor.